Finalmente conseguí salir de mi sala común sin levantar muchas sospechas. Al llegar al borde de la abertura, saqué lentamente la cabeza para comprobar que no había a nadie fuera, o que, si lo había, fuera el chico del Dragón.
Se me disparó el corazón cuando vi una sombra oscura al final del pasillo, y mi primer impulso fue meter la cabeza inmediatamente, hasta que las nubes que tapaban la luna se despejaron y vi la cara de Carlos. Suspiré lentamente, mientras terminé de salir de la abertura y le dediqué un gesto con la mano.
-Bien, veo que no te has quedado dormida
-Claro que no -murmuré- si llevo toda la tarde histérica perdida. ¿Cuál es tu plan?
-¿Tengo que tener un plan? -El chico me miró con cara de estupefacción.
-¿Piensas llamar a la puerta del guardabosques y entrar sin más? -La culebrilla que tenía en el estómago pegó un brinco.
-Pensaba colarme, está lo suficientemnte alejada del castillo para que no nos pillen.
-Ya, ¿y qué haces con el guardabosques? Quiero decir, su casa es una chabola, no tiene habitaciones en las que podamos escondernos.
-Podemos hacer que salga, es cuestión de soltar alguno de los caballos en el bosque y que le toque buscar.
-¿Ves? A eso me refería con un plan. -Avancé unos cuantos pasos cautelosamente, mirando por doquier por si aparecía alguien de pronto que diera la voz de alarma- ¿Vamos?
-Sí, sí, adelante -con una sonrisa sorna, el chico extendió un brazo hacia adelante, indicándome que fuera yo primero.
Comenzamos a caminar sigilosamente hacia la puerta de la entrada, pero estaba firmemente cerrada, y sus goznes eran demasiado antiguos y grandes como para abrirla sin que chirriaran. Frustrada, me encaramé al alféizar de una ventana de estilo gótico y comencé a manipular el pestillo oxidado, intentando abrirlo.
-Alohomora -Susurró el chico a mi espalda. Acto seguido, el pestillo saltó automáticamente con un chasquido sordo.
-Podrías habérmelo dicho antes -murmuré, mientras me preparaba para saltar. Al mirar hacia abajo a través de la ventana, me pareció que la hierba estaba más alta de lo que me había parecido al mirar a la ventana desde el suelo.
El chico subió hasta situarse detras de mí.
-¿No te atreves a saltar?
-Está muy alto -comenté, mientras el frío aire de la noche me revolvía el flequillo. De pronto, se me ocurrió algo- Ni te atrevas a empujarme.
-Bonito pijama
-¿Qué? -Desconcertada por aquel comentario que no venía al caso, me miré. Todavía llevaba aquel horroroso pijama de franela rosa.- Mierda, quería habérmelo quitado antes -Avergonzada, y sin querer esperar a bajar, comencé a sacarme el pijama por la cabeza, forcejeando con la tela.
-Cuidado no te...
Antes de que el chico pudiera terminar la frase, noté una mano en mi espalda que me empujó ligeramente hacia adelante. Pronto, dejé de sentir el alféizar bajo mis pies, pero el golpe contra el suelo resultó extrañamente lento e indoloro. Cuando conseguí sacarme la camiseta, el chico aterrizaba a mi lado, varita en ristre.
-Te dije que no me empujaras. -Murmuré indignada, mientras me ponía en pie.
-No deberías hacer el tonto encima de un alféizar, podrías caerte-dijo el chico con una sonrisa en la boca mientras andaba en dirección al bosque.
-Imbécil -no sabía si aquel chico me sacaba de quicio o le odiaba intensamente. Me quité rápidamente los pantalones del pijama y busqué algún sitio donde esconderlos. Finalmente elegí unos arbustos que crecían cerca de la entrada.
Tras dejarlos a buen recaudo, corrí hasta ponerme a la altura de Carlos. No pude evitar volverme hacia el castillo, preocupada por si veía alguna silueta recortada
contra la luz de una ventana.
-¿Asustada?
-Evidentemente. ¿Has hecho esto muy a menudo?
-Cada vez que me apetece
-¿Y nunca te han pillado?
-Un par de veces, pero como mucho te dan un par de azotes y te cuelgan de los pies en las mazmorras.
Me detuve durante unas milésimas de segundo, con cara de incredulidad. Después de repasar aquella frase un par de veces en mi cabeza, mi cara de incredulidad se tornó en una de escepticismo.
-Eso no es verdad.
-Claro que no, son 50 puntos menos para tu casa y el castigo depende de tu jefe de casa, desde limpiar la pajarera, ayudar en las tareas al guardabosque o alguna tontería así.
-A lo de la pajarera estoy acostumbrada ya -me arremangué un poco para enseñarle algunas ampollas que me habían salido en la mano de sujetar el cepillo.
-Yo suelo usar la magia.
-Es que está prohibido en los castigos, si no, ¿qué gracia tendría?
Mientras hablábamos, dimos la vuelta al castillo y, tras él, nos topamos con la silueta de una cabaña con las ventanas encendidas, y una espiral de humo subiendo por la chimenea. La culebrilla de mi estómago volvió a dar señales de vida y dio una fuerte sacudida que me paralizó en el suelo.