18 abr 2012

Lorena

Finalmente conseguí salir de mi sala común sin levantar muchas sospechas. Al llegar al borde de la abertura, saqué lentamente la cabeza para comprobar que no había a nadie fuera, o que, si lo había, fuera el chico del Dragón.
Se me disparó el corazón cuando vi una sombra oscura al final del pasillo, y mi primer impulso fue meter la cabeza inmediatamente, hasta que las nubes que tapaban la luna se despejaron y vi la cara de Carlos. Suspiré lentamente, mientras terminé de salir de la abertura y le dediqué un gesto con la mano.
-Bien, veo que no te has quedado dormida
-Claro que no -murmuré- si llevo toda la tarde histérica perdida. ¿Cuál es tu plan?
-¿Tengo que tener un plan? -El chico me miró con cara de estupefacción.
-¿Piensas llamar a la puerta del guardabosques y entrar sin más? -La culebrilla que tenía en el estómago pegó un brinco.
-Pensaba colarme, está lo suficientemnte alejada del castillo para que no nos pillen.
-Ya, ¿y qué haces con el guardabosques? Quiero decir, su casa es una chabola, no tiene habitaciones en las que podamos escondernos.
-Podemos hacer que salga, es cuestión de soltar alguno de los caballos en el bosque y que le toque buscar.
-¿Ves? A eso me refería con un plan. -Avancé unos cuantos pasos cautelosamente, mirando por doquier por si aparecía alguien de pronto que diera la voz de alarma- ¿Vamos?
-Sí, sí, adelante -con una sonrisa sorna, el chico extendió un brazo hacia adelante, indicándome que fuera yo primero.

Comenzamos a caminar sigilosamente hacia la puerta de la entrada, pero estaba firmemente cerrada, y sus goznes eran demasiado antiguos y grandes como para abrirla sin que chirriaran. Frustrada, me encaramé al alféizar de una ventana de estilo gótico y comencé a manipular el pestillo oxidado, intentando abrirlo.
-Alohomora -Susurró el chico a mi espalda. Acto seguido, el pestillo saltó automáticamente con un chasquido sordo.
-Podrías habérmelo dicho antes -murmuré, mientras me preparaba para saltar. Al mirar hacia abajo a través de la ventana, me pareció que la hierba estaba más alta de lo que me había parecido al mirar a la ventana desde el suelo.

El chico subió hasta situarse detras de mí.
-¿No te atreves a saltar?
-Está muy alto -comenté, mientras el frío aire de la noche me revolvía el flequillo. De pronto, se me ocurrió algo- Ni te atrevas a empujarme.
-Bonito pijama
-¿Qué? -Desconcertada por aquel comentario que no venía al caso, me miré. Todavía llevaba aquel horroroso pijama de franela rosa.- Mierda, quería habérmelo quitado antes -Avergonzada, y sin querer esperar a bajar, comencé a sacarme el pijama por la cabeza, forcejeando con la tela.
-Cuidado no te...

Antes de que el chico pudiera terminar la frase, noté una mano en mi espalda que me empujó ligeramente hacia adelante. Pronto, dejé de sentir el alféizar bajo mis pies, pero el golpe contra el suelo resultó extrañamente lento e indoloro. Cuando conseguí sacarme la camiseta, el chico aterrizaba a mi lado, varita en ristre.
-Te dije que no me empujaras. -Murmuré indignada, mientras me ponía en pie.
-No deberías hacer el tonto encima de un alféizar, podrías caerte-dijo el chico con una sonrisa en la boca mientras andaba en dirección al bosque.
-Imbécil -no sabía si aquel chico me sacaba de quicio o le odiaba intensamente. Me quité rápidamente los pantalones del pijama y busqué algún sitio donde esconderlos. Finalmente elegí unos arbustos que crecían cerca de la entrada.

Tras dejarlos a buen recaudo, corrí hasta ponerme a la altura de Carlos. No pude evitar volverme hacia el castillo, preocupada por si veía alguna silueta recortada
contra la luz de una ventana.
-¿Asustada?
-Evidentemente. ¿Has hecho esto muy a menudo?
-Cada vez que me apetece
-¿Y nunca te han pillado?
-Un par de veces, pero como mucho te dan un par de azotes y te cuelgan de los pies en las mazmorras.
Me detuve durante unas milésimas de segundo, con cara de incredulidad. Después de repasar aquella frase un par de veces en mi cabeza, mi cara de incredulidad se tornó en una de escepticismo.
-Eso no es verdad.
-Claro que no, son 50 puntos menos para tu casa y el castigo depende de tu jefe de casa, desde limpiar la pajarera, ayudar en las tareas al guardabosque o alguna tontería así.
-A lo de la pajarera estoy acostumbrada ya -me arremangué un poco para enseñarle algunas ampollas que me habían salido en la mano de sujetar el cepillo.
-Yo suelo usar la magia.
-Es que está prohibido en los castigos, si no, ¿qué gracia tendría?

Mientras hablábamos, dimos la vuelta al castillo y, tras él, nos topamos con la silueta de una cabaña con las ventanas encendidas, y una espiral de humo subiendo por la chimenea. La culebrilla de mi estómago volvió a dar señales de vida y dio una fuerte sacudida que me paralizó en el suelo.

Carlos

Después de aquella contestación la marta se marchó farfullando algo que no entendí ni me moleste en entender, pues la gente de la mesa ya comentaba aquella extraña visita. Pase los ojos por cada uno de los que miraban de reojo y cada vez que mis ojos se cruzaban con los de ellos agachaban la cabeza hacía lo que quiera que estuvieran comiendo, al final me encontre con la mirada de sara. Al fijarme bien me dí cuenta que sujetaba un pedazo de carne con el tenedor que se encontraba a medio camino entre su plato y su boca, me miraba estupefacta como si no entendiera lo que acababa de pasar, antes de que pudiera hablar o pedirme explciaciones agaché la cabeza y volví a mi plato, acabando el filete de ternera rápidamente, mas engullendo que comiendo y me levanté antes de que nadie pudiera pararme.

Cuando salí por la puera del comedor, sara todavía me miraba, con aquel trzo de carne frio entre el plato y la boca. Tras salir no sabía donde dirigirme, asique con aquel simbolo en mente me marché a la biblioteca.
Recorrí los pasillos y recogí varios libros :" Simbolos arcanos y su simbolismo", "Secretos de las sectas del siglo XXI", "De donde vienen y a donde nos llevan", "Logías magicas"....
Los titulos eran cada vez mas extravagantes y los simbolos que poblaban aquellos libros no se parecían en nada al simbolo de aquel artefacto. Saqué el simbolo y dude en perguntarle a la bibliotecaria pero no me atrevía a decirle nada por si también estaba metida en el ajo.

Tras una tarde de estudio infructuoso, la mujer que guardaba la biblioteca hizo varios sonidos con la garganta como diciendo que ya era hora de recoger, cuando me levanté el simbolo de madera se precipitó hasta el suelo rondando hasta llegar hasta la sección de historia muggle de la biblioteca, corrí hacia el y lo recogí rápidamente antes de que nadie se percatara de ello y con suma presteza subí a mi habitación a dejarlo todo.

Una vez allí guarde los libros y las notas que había escrito sobre el posible origen debido a los trazos y las semejanzas con distintas sectas de magos que habían tenido lugar durante distintos periodos, pero no encontraba forma de juntar los cabos sueltos.

Baje a las cocinas antes de la hora de cenar, durante mi primer año había encontrado el pasadizo que llevaba a ellas y los elfos estaban encantados de agasajarme con comida y pasteles cada vez que entraba por la puerta, incluso varias veces se habian ofrecido a hacerme un masaje en los pies, mientras me traian una bandeja con pastas y té. Agarré varios trozos de pan y varios pedazos de fruta y subí corriendo al cuarto, no tenía gana alguna de entrar en el comedor y encontrarme con sara.

Ya en la sala común, me comí rápido la cena y esperé escondido en el cuarto a que todos hubieran terminado de cenar y subieran a dormir, una vez lo hicieron cogí un pequeño mapa que tenía del castillo que había dibujado, mi varita y descendí por la escalera en silencio hasta el punto donde habíamos quedado.

12 feb 2012

Lorena

-Así que era suya la capa -comentó Layla, mientras acercaba su cabeza a la mía.

Alargué una mano hacia una fuente y cogí una tostada, aunque no tenía hambre; simplemente trataba de encontrar una buena excusa.
-Por ahí dicen que os han visto morreándoos esta mañana -murmuró Sofía, que se inclinaba tanto sobre la mesa que se le había metido el collar dentro del tazón de cereales.
-¿Qué? ¡No! -Exclamé, dando un golpe en la mesa- Eso no es verdad. Sólo hablábamos.
-¿De qué?
-Cosas nuestras -respondí de forma evasiva, mientras untaba mantequilla distraídamente.
-¿Qué cosas? -Insistió Layla.
-Ay, que me dejéis en paz -Sin terminar de preparar la tostada, la dejé sobre la mesa y me levanté de forma brusca.

Sabía que se iban a enfadar conmigo, pero si seguían preguntándome, al final acabaría contándoles toda la historia, y algo me decía que no debía hacerlo.
Me dirigí rápidamente hacia la habitación. Afortunadamente, dentro no había nadie. Eran las seis de la tarde, y tenía una culebrilla de nervios en el estomago. Comencé a rebuscar en el armario, pensando en vestirme entera de negro para camuflarme mejor con las sombras de la noche.

Finalmente conseguí lo que me proponía: vaqueros oscuros, y una camiseta negra de manga larga. Bueno, tampoco era mucho, pero algo ayudaría. Me entretuve recogiéndome el cabello en un moño improvisado. Ciertamente, no me quedaba nada mal el color caoba rojizo. Aun así, tendría que hablar seriamente con Carlos sobre lo de hacer de conejito de indias. Por lo menos podría pagarme.

A la hora de cenar, bajé a comer algo. Si el chico dragón apareció por allí, no le vi, pero no fue porque no le buscara frenéticamente con la mirada. Engullí como pude un par de salchichas que me supieron a goma y, cuando pude, volví a mi habitación.
Después de dar un par de vueltas en ella, sin saber qué hacer, decidí ponerme un pijama por encima de la ropa. Uno de manga larga, de franela rosa que tenía en lo más profundo del cajón para lo más crudo del invierno. Odiaba aquel pijama, pero no tenía otra opción si no quería que vieran la ropa que llevaba por debajo. Cuando terminé de vestirme, bajé a la sala común, con una revista para distraerme.
Dieron las diez, y la sala común estaba completamente abarrotada. La gente charlaba por doquier, e incluso había un par de personas jugando al ajedrez o al parchís. Comencé a inquietarme, y no paraba de leer continuamente el mismo párrafo de la revista:
"En otros números de El Alquimista, hemos hablado de las propiedades de las lágrimas de fenix para curar heridas, pero nada se asemeja al poder curativo de la sangre de dragón."
Pasaron mis amigas por delante de mí, pero no me hablaron, pues parecían algo ofendidas aún.
"...poder curativo de la sangre de dragón" Dieron las once. Dios, el tiempo pasaba despacio. "...se asemeja al poder... dragón".
Poco a poco, todo el mundo fue subiendo a dormir a sus habitaciones, pero como era sábado, algunos se mostraron más despiertos que de costumbre. El reloj de la pared dio las doce. Salté casi inmediatamente del sillón, dejando caer la revista al suelo. Ni siquiera recordaba qué había estado leyendo. Algo sobre un limpia hornos, creo. Eché un vistazo en derredor. El corazón me latía salvajemente. Un grupillo que charlaba apaciblemente en la esquina no mostraba signos de querer ir a acostarse, así que decidí hacer de tripas corazón y salir disimuladamente.
-Eh, novatilla, ¿dónde vas? -Preguntó uno de ellos, cuando me vio acercándome a la obertura que era la entrada a nuestra sala común.
-Eh... me he dejado unos apuntes en... el comedor.
-Está prohibido salir tan tarde.
-El comedor está cerca, no tardaré nada.
-Tú misma, pero que no te pillen, otra vez estamos los últimos en el ránking.

Asentí con una sonrisa forzada y me metí en la obertura, saliendo al otro lado rápidamente, todavía con el pijama de franela rosa.

8 feb 2012

Carlos

Zarandeé varias veces la bolsa delante de su cara. La chica no apartaba la vista de esta, y la seguía con los ojos; me recordaba a esos gatos que observan detenidamente su presa antes de lanzarse con las garras a por ella. A esta chica le podía la curiosidad.
-Seguí las huellas y encontré un pedazo de tierra sospechoso –comenté, sopesando todavía la bolsa delante de ella- y esto es lo que había.
-¿Y qué hay dentro? -Preguntó, alargando la mano hacia la tela.
-Quizá quieras verla tú misma.

Aflojé los dedos con los que sostenía la bolsa para que ella pudiera cogerla con más facilidad. Rápidamente deshizo el nudo que cerraba el saquito y metió la mano dentro de él. Tanteando su interior, envolvió el contenido con los dedos y, al extraerlo, se encontró delante de una especie de mortero pequeño de madera. De unos diez centímetros de longitud, de forma cilíndrica, que se hacía más grande a un extremo. En el mismo, había una especie de relieve de una cruz, flanqueado por una especie de árbol y una espada.
-¿Qué es esto?
-Por lo que puedo saber es un sello, el símbolo, no sé... quizá sólo sea un tampón para tinta o para cera, para sellar las cartas –murmuré, mientras sopesaba la idea, rascándome el mentón.-o podría abrir algo, durante muchos años estuvo de moda entre los magos hacer llaves con forma de relieve, en este castillo hay muchas puertas que necesitan de eso.
-Entre los muggles, los tampones se utilizan también para... bueno, no importa. -La chica examinó el supuesto sello entre los dedos- a lo mejor tiene alguna especie de encantamiento.
-Podemos comprobarlo –le quité el sello de las manos y lo puse encima de la mesa- si no es un conjuro muy complicado...-saqué la varita y apunté directamente al objeto- ¡Revelio Incantatem! -Un rayo salió disparado hacia el sello. Chocó contra él, pero éste no se movió ni emitió ningún sonido.
Lorena se quedó parada durante unos instantes.
-¿Y ahora?
-No hay ningún conjuro, si lo hubiera, habría reaccionado de alguna forma, soltando chispas, vibrando o, bueno, rechazando de alguna forma mi conjuro, así que...debe ser un objeto mundano -contesté definitivamente tras guardar la varita en la túnica.

La joven volvió a coger el sello.
-¿Y qué hacemos? Todavía tenemos que recuperar mi varita. Ay dios, si ve que ha desaparecido esto, se pensará que he sido yo. O sea, yo no, porque no sabe que la varita es mía, pero lo sabrá.
-Quizá sea mejor que vayamos a recuperarla -recogí el sello de las manos de la chica y lo metí cuidadosamente en la bolsa de tela- Elige, te infiltras dentro del despacho o preparas una distracción.
-Espera, espera ¿ahora? ¿A plena luz del día? Si nos pilla nos la cargaremos con todo el equipo.
-Entonces la distracción tendrá que ser muy grande, busca a alguno de los poltergeist, seguro que tienen alguna idea para hacerlo cabrear -la sola idea de aquello me parecía divertido, aquellos bichos podían ser de lo más molesto, pero muy divertidos si sabías hacia dónde enfocarlos-aunque si prefieres esperar a la noche...
-Mejor a la noche, y mientras, podemos preparar mejor el plan. -De pronto, alguien tocó a la puerta. Ambos dimos un respingo, y la chica miró la bolsa que tenía en las manos, con cara de alarma. Me apresuré a meterla en mi bolsillo en el instante en el que se abrió.
-¿Qué estáis haciendo aquí? -Se trataba de la profesora de Historia de la Magia, que nos miró con actitud recelosa. Se trataba de una mujer rechoncha rondando la cincuentena. Todo su cabello estaba formado de apretados rizos contra su cráneo, y su voz sonaba rasposa pero firme- Está prohibido rondar dentro de las clases en fin de semana. -Dirigió la mirada hacia la silla que había estado bloqueando el pomo de la puerta, y que ella había apartado mediante la magia- Espero no interrumpir nada íntimo.
-Por favor profesora, sabe muy bien que los alumnos tienen prohibido intimar dentro del colegio, y sabe que yo nunca faltaría a una sola norma- aquella frase casi se me había atragantado en la boca de la risa y una sonrisa pícara se había dibujado en mi rostro. Antes de que pudiera ver cómo me reía de ella en su cara, comencé a caminar hacia la salida, sorteando el redondeado cuerpo de la maestra- Si me permite, profesora.

Me marché por la puerta, más tarde encontraría a Lorena y hablaríamos del tema, o quizá fuera solo, no podía permitirme fallos
Un par de horas más tarde, cuando avisaron que era la hora de la merienda, todavía meditaba sobre el asalto a la casa del conserje. Todos los alumnos iban y venían del comedor, pues preferían coger algunas tostadas o sandwiches y comérselos en las salas comunes. Allí, noté un dedo que me pinchó en la espalda.
-Me has dejado plantada -era la marta otra vez, mirándome con gesto nervioso.
-¿Preferías explicarle a la profesora qué hacías conmigo en la habitación?
-Pues he tenido que hacerlo –replicó, con los brazos cruzados. Sonreí despreocupadamente.
-Tienes cara de buena chica, seguro que no ha desconfiado de ti.
-Le dije que querías enseñarme un hechizo nuevo y me escabullí cuando pude. Bueno -entramos juntos en el comedor. Casi de inmediato noté muchas miradas sobre mí, especialmente de la mesa del dragón- entonces ¿cómo quedamos esta noche?
-Iré a buscarte a la puerta de tu casa, estate a las 12 fuera. –Murmuré sin mirarla, mientras chasqueaba los dedos. Lo que me faltaban, que me vieran con una marta de primer curso -Y ahora, sepárate, no es bueno que te vean conmigo.
-Que borde -murmuró, mientras se dirigía a su mesa. De inmediato, un montón de cabecitas de martas inquietas se formaron a su alrededor, todas susurrantes e inquietas.

19 ene 2012

Lorena

No pude probar bocado, tenía un nudo enorme en la garganta que a penas me dejaba tragar. Tenía las piernas temblorosas, tenía que recuperar mi varita, seguro que en seguida averiguaban de quién era, especialmente cuando tuviera que ir a clase sin ella.
Moviendo la pierna compulsivamente, esperé a que Carlos dejara de comer. También se le veía un poco nervioso, pero a lo mejor era por la proximidad de los examenes. Cuando se levantó del banco, me levanté como si un poltergeist travieso me hubiese pinchado el culo con una aguja, y me precipité alocadamente hacia la puerta del Comedor, esperando no perderle de vista.
Casi sin pensarlo, me aferré con fuerza a su bufanda desde atrás. Él emitió un sonido agudo, e inclinó la cabeza hacia mí. Rápidamente me di cuenta de que le estaba estrangulando y le solté, avergonzada.
-Perdona, perdona. -dije, mientras él se giraba rápidamente, varita en ristre. Casi me la clavó en la nariz antes de darse cuenta de su error.
-Perdona, creí que eras otra persona.
-Eso espero -trastabillé un poco al retroceder- oye, necesito... -me detuve en seco en cuanto vi que pasaban un par de chicas del dragón, mirándonos y cuchicheando. Me sentí avergonzada de nuevo, seguro que él me despreciaba- no importa...

De pronto, todo fue como... una locura. Cuando estaba retrocediendo para darle la espalda, me cogió del brazo y me estiró hasta él. Alcé una mano para detenerle, pero no pude parar su cabeza, que se inclinó con una rapidez serpentina hasta mi cuello. Allí, noté sus labios húmedos rozando mi piel. En seguida comencé a notar un fuerte calor en la entrepierna. Algún chico soltó una risotada a lo lejos, pero me sentía tan aturdida que no conseguí decir nada. Finalmente, con las piernas temblando, proferí:
-Qué... ¿qué haces?
-Hueles a canela -dijo, aún con su mano derecha bien aferrada a mi brazo, y su mano izquierda sosteniéndome de la cintura. Cerré los ojos cuando noté su aliento acariciándome el cuello al hablar.
-A...já... -suspiré.
-Aquel olor... era canela -murmuró mientras me soltaba y se separaba de mí. Cuando volvió a hablar, su voz sonó más fuerte, emocionada- ¡el olor de la varita era canela!

Me costó un poco salir del trance sensual en el que me había metido al meter su cabeza en mi cuello, pues había sido lo más próxima que había estado a un hombre desde que mi hermano y yo nos bañábamos juntos antes de tener uso de razón.
-Ya, mi varita está hecha con canela, es normal que yo también huela así, la llevo encima todo el día.
-Una varita fina, de unos quince centímetros, de madera clara -Carlos se cruzó de brazos, satisfecho- ¿la echas de menos?

Le aferré la camisa con ansiedad.
-¿Dónde la has visto? ¿La llevaba el -bajé la voz- el conserje?
-Eh... sí, -respondió él, mientras me obligaba a soltarle, y se alisaba la zona arrugada con las manos- tranquilízate, le vi cómo se le caía al suelo, y me la quitó de las manos.
-Mierdas, tendrías que haberla cogido y haber huido sin mirar atrás. -Volví a mirar a mi alrededor, inquieta. Las dos chicas cuchicheantes de antes me miraban con el ceño fruncido, y la mayoría de los alumnos ya había terminado de comer, y se encontraban saliendo del comedor- será mejor que hablemos en privado, tengo que contarte algo.
-Sí, las chicas siempre tenéis que contarme algo en privado -el chico chasqueó la lengua.

Reprimí las ganas de darle una patada en la espinilla, el caso que nos ocupaba era más preocupante. Le cogí de la muñeca y le arrastré escaleras arriba hasta el segundo piso, que se encontraba prácticamente desierto. Echando una mirada a mi espalda, entramos en un aula vacía. Todavía no sabía cómo cerrar las puertas, sólo había aprendido a abrirlas, así que cogí una silla y atranqué el pomo con ella, a la vieja usanza muggle.
-Bueno, verás, es que antes he seguido al conserje porque hacía cosas muy raras, y ha enterrado algo en el jardín, pero no sé qué es. Cuando he ido a mirar, él estaba volviendo y me ha tocado entrar por una ventana. Que por cierto, me he caído y me he hecho un daño del carajo, me ha salido un moratón, mira -me levanté la falda ligeramente para enseñarle el cardenal del muslo- bueno, el caso es que me fui corriendo, y no me había dado cuenta de que me había dejado la varita, pero tu comentario de antes lo confirma. Ahora mi varita la tiene el tipo misterioso, y seguro que sabrá que le estuve espiando si descubre de quién es la varita, y me da mucho miedito, así que necesito ayuda, concretamente la tuya, para entrar en su casa y recuperarla a hurtadillas. Porfaporfaporfaporfaplisss -después de aquella súplica, jadeé para recuperar el aliento.

El chico me miró durante unos instantes, pensativo. Casi dejé de respirar esperando una respuesta a aquella avalancha.
-Tienes unas piernas bonitas. -Sonrió ligeramente al ver mi cara de incredulidad- Estuvo en el jardín, ¿verdad? En la parte donde hay flores... seguro que escondió algo.

Reprimí mis ganas de agarrarle de la camisa de nuevo.
-¿Cómo lo sabes?
-Bueno... quizá sea más listo de lo que crees -metió la mano en el bolsillo y al instante sacó una bolsa de tela amarillenta, más o menos del tamaño de lo que le había visto enterrar.

1 nov 2011

Carlos

Al salvar la distancia que me separaba del invernadero pude oir la voz de Eneas retumbando en la sala. Al llegar hasta allí le pude ver hablando con sara, que mantenía la vista de Eneas fija en el lado contrario de la puerta. Al asomarme por una de las ventanas sara, me echo una mirada de complicidad y aprovechando el momento me colé en el invernadero sentándome en el sitio que había libre.
Al llegar hasta allí ella cortó la conversación agradablemente y fue hasta su asiento, pidiendo perdón a aquel viejo verde, por retrasar su clase.
-Gracias-le dije como un susurro cuando se sentó, ella no me miro.
-Se te veía muy ocupado con tu "amiguita"-el tono de su voz sonó gélido, como un témpano de hielo y no volvió a dirigirme la palabra en toda la hora.
En aquella clase volvimos con el tema de las especies hibridas y el problema de cruzar dos esquejes de los cuales desconocíamos todos los efectos, aquello suscito mi interés para poder cruza el sauce con alguna planta realmente diminuta y con una agresividad innata.
La clase transcurrió entre bocetos y mediciones sobre los posibles efectos de mezclar dos tipos de plantas, durante el curso nos dedicaríamos a hacer hipótesis y probarlas y al final del curso veríamos cuantas se cumplen.
Al sonar el timbre Eneas se quedó hablando con algunas de las chicas mientras el resto se movía hacia la clase de transformaciones. Hector no había aparecido en toda la clase y la verdad es que dudaba de que se supiera de él en todo el día.

Las clases pasaron y tras la última clase una charla del jefe de la casa del Dragón me dio a entender que habían encontrado a Hector en una de las clases hechizado, el no había dicho quien había sido porque también hubiera tenido que explicar que estaba elevando a los alumnos de padres muggles por el techo y le hubiera costado más caro que su venganza contra mí, pero tenía claro que eso no iba a quedar ahí y que el intentaría vengarse de mí.
Tras la charla de Priamo nos fuimos todos hacía el comedor. Al cruzar uno de los pasillos choqué contra el guardabosque. Era un hombre bastante fuerte, con una incipiente calva y una pata de palo que hacía de su aspecto, como mínimo, digno de cualquier esperpento.
El hombre gruñó algunas palabras malsonantes mientras intentaba no perder el equilibrio, pero falló cayendo al suelo estrepitosamente, una varita rodo hasta mis pies.
Al recogerla pude verla con más detenimiento, era muy corta, de unos 15 centímetros de longitud, bastante fina, de una madera clara, con una textura suave, como la madera recién lijada. Tenía la empuñadura bastante definida y del final de esta salía un relieve en forma de enredadera que trepaba hasta la punta de esta. Un olor dulzón llegó hasta mi, seguramente de la varita aunque no pude identificarlo.
-No la toques!-gruñó el guardabosques mientras se lanzaba a por ella levantándose con alguna dificultad-Malditos críos, que no respetan nada-Gritó mientras se marchaba cojeando, dejando un rastro de barro. El rastro de barro seguía por todo el pasillo.
-“Aquella varita era demasiado fina y corta para ser de un hombre”-pensé mientras miraba al hombre marcharse-“era de mujer, eso seguro, ¿Por qué llevaría el guardabosque una varita de mujer?”-Aquel pensamiento me hizo debatirme entre mis ideas, aquella varita me sonaba, me sonaba demasiado. Tenía que averiguar dónde había estado.
Me adelanté por donde venían los pasos, los alumnos pasaban cruzando hacia el gran comedor, era casi la hora de comer y mis tripas rugían con fuerza, pero algo me decía que tenía que seguir esas gotas de barro que había estado dejando la pata.

Crucé los metros de pasillo que me separaban de la puerta trasera del colegio y abrí la puerta, todavía caían algunas gotas de lluvia pero no era más que un leve reflejo de lo que había acontecido anteriormente. Al avanzar por el césped lo notaba blando y notaba como el barro bajo mis pies iba cediendo, hundiéndome a cada paso. Tenía que tener la vista fijada en el suelo.
Las huellas eran fáciles de seguir, pues aunque no supiera identificar las huellas de los pies, se diferenciaba enormemente el hueco dejado por la pata que parecía hundirse varios centímetros cada vez que daba un paso.
Llegué hasta el final de las huellas, una parte trasera del jardín donde habían plantado unas flores, estuve mirando detenidamente aquel lugar. No parecía que hubiera nada extraño. Me giré decepcionado, me había quedado sin conspiración, seguramente aquel hombre había encontrado la varita perdida de alguna chica y se la iba a devolver, yo tenía mucha memoria, seguramente me sonarían las varitas de muchas chicas, era una alucinación. Entonces lo ví, la tierra estaba removida y las plantas, la mayoría estaban bien ordenadas pero había una algo más alejada que el resto rompiendo la estética del conjunto, seguramente si no te fijabas no se hubiera notado pero era demasiado sospechoso si el resto de plantas estaban puestas así.
De las plantas se solía ocupar eneas, al menos de plantarlas, y era un hombre demasiado meticuloso con las formas.
Saqué la varita y con unas palabras la flor salió de la tierra dejando un hueco debajo. Había un trozo de tela metido en un agujero , me agaché a recogerlo. La bolsa estaba manchada de barro, era una tela vieja, de lino, atada con un cordón, que algún día fue blanco pero que ahora mantenía un color entre amarillo y marrón.
Dejé la planta en su sitio y con la varita limpie cuidadosamente el barro haciendo salir agua de la punta.
Después borré mis huellas cuidadosamente y entre por la puerta que había salido, mi corazón latía muy fuerte y todavía no sabía porque lo había hecho.
Mi estomago respondió que podía esperar a después de la hora de comer. Limpié mis botas de barro y me fui corriendo con aquello en el bolsillo bien sujeto con la mano.

Al entrar al comedor pasé la vista por el, Sara había desaparecido y no se le vio en toda la comida, tenía ganas de hablar con ella sobre lo encontrado, me senté intentando denotar tranquilidad y empecé a comer, la gente ya se había terminado su segundo plato y muchos se levantaban para irse al haber terminado de comer, al pasar la vista por la sala vi a aquella chica llorosa de la marta, se había duchado y ya no tenía aquellas mejillas rojizas y los ojos vidriosos, me sonrió. Volví a mi plato per con la cara de la chica todavía en la mente, parecía preocupada por algo.

Lorena

Miré asombrada al chico que acababa de entrar por la puerta de uno de los invernaderos. No podía ser la misma persona. ¿O sí? Seguramente sería bipolar o algo así.
Después miré la bolsa de tela que me había dado y deshice los lazos que la cerraban. Me asomé a su interior y vi una flor rojiza que parecía emitir su propio calor. Era preciosa, y cuando la saqué con cuidado, noté de inmediato cómo me secaba parte del brazo, y me calentaba el resto del cuerpo. La volví a meter dentro de la bolsa y me puse en pie, decidida a guardarla a buen recaudo en mi habitación.
¿Sería aquello lo que el chico había ido a cortar la noche anterior?

La lluvia comenzó a volverse llovizna conforme avanzaba por el césped hacia las puertas del castillo, cuando escuché una especie de gruñido malhumorado. Me oculté tras una esquina, pues no quería que ningún profesor me preguntara qué hacía por allí cuando tenía que estar en clase, cuando de pronto un hombre con pinta hosca pasó por delante de mí, sin mirarme, pero visiblemente intranquilo. No le había visto nunca por el castillo, pero sí recordaba haberle visto rondar por el jardín. Se le veía a veces desde las ventanas de la sala común. Será el jardinero, pensé, después de mis deducciones dignas de Sherlock Holmes.

El presunto jardinero llevaba el cabello largo y desordenado, y le clareaba en la zona de la coronilla y las entradas. Tenía la espalda ancha y los brazos fuertes, pero le faltaba una pierna, que sustituía con una pata de palo que se le hundía en los charcos de barro formados por la lluvia. En aquel momento rezongaba cada vez que se detenía a sacar la pata de algún lodazal, y finalmente deshizo las ataduras que la sujetaban al muñón y se marchó cojeando, lanzando miradas en dirección a las ventanas del castillo, inquieto.

Intrigada por aquel comportamiento extraño y apresurado, guardé cuidadosamente la bolsa que llevaba la flor dentro del bolsillo interior de la túnica y comencé a seguirle lentamente, sin perderle de vista.

El hombre rodeó un par de torreones del castillo y se detuvo ante un pequeño jardín de flores que crecía bajo las ventanas que, según calculaba, serían las que daban al pasillo que conducía al sótano. La tierra estaba húmeda y revuelta, y había algunos lugares donde todavía no habían sido plantadas las flores. De hecho, había numerosas macetas con esquejes esparcidas por el lugar. Decepcionada, lancé un suspiro silencioso. Sólo iba a seguir plantando, no hacía nada interesante ni ilegal.

Cuando estaba a punto de volverme, el hombre hizo un movimiento extraño. Miró a su alrededor y hacia las ventanas. Cogió su pata de palo y la manoseó un poco, metiendo la mano en el orificio que servía para poner la pierna. No logré vislumbrarlo bien, pues se había girado ligeramente, pero en seguida metió el puño cerrado en un agujero, puso un poco de tierra dentro y luego trasplantó uno de los esquejes.

Miró a su alrededor nuevamente, muy inquieto. Yo me aplasté contra la pared para que no me viera. Por fortuna, aquella parte del castillo tenía un diseño muy barroco, con muchos detalles y pilastras tras las que ocultarse. El jardinero terminó de arreglar aquel pequeño jardincito y, mirando nuevamente a su alrededor, se puso la pata de palo y se marchó. No sabría decir si fue mi imaginación o qué, pero parecía cojear mucho menos que cuando andaba hacia el lugar. Me asomé un poco para verlo desaparecer en el interior de una cabaña que había en el linde del bosque.

Mi corazón latía desbocado. ¡Qué intriga! ¿Qué había metido? Me aproximé lentamente al jardincito, sin perder de vista la cabaña. Podía ser sólo fertilizante mágico para que las flores crecieran más deprisa, pero tanto secretismo... ¿para qué meterlo dentro de la pata de palo, que tenía que hacerle daño al andar?
Cuando estaba a punto de arrodillarme, la puerta de la cabaña se abrió de golpe, y salió el hombre con montón de gallinas muertas cogidas del pescuezo. Se aproximaba hacia mí, aunque yo me encontraba fuera de su campo de visión gracias a aquellas benditas columnas adosadas al muro. Sin embargo, si trataba de marcharme por el lado contrario, me vería perfectamente.
Embargada por un pánico que nunca antes había sentido, pisé en un lugar donde no había ninguna flor, de puntillas, y de un salto me encaramé a una ventana, que comencé a golpear silenciosamente para que se abriera.
-Joder, eres bruja -me dije a mí misma, mientras, con dedos temblorosos, cogía la varita.
Antes de que pudiera decir nada, la ventana que había estado aporreando, se abrió sin previo aviso y caí dentro, justo cuando escuchaba al jardinero quejándose porque la pata de palo se le había vuelto a encallar en un charco. Me levanté rápidamente y cerré la ventana.

Pronto vi pasar la sombra de su cabeza en dirección a la entrada del castillo, y suspiré, aliviada.
Con el corazón a mil por hora, decidí saltarme el resto de clases y darme una ducha calentita en mi habitación, alegando que me había resfriado o algo así.

Después de aquel baño reparador, que sirvió para templarme los nervios y ponerme ropa seca, cogí la flor que me había dado Carlos y la observé largo rato. La había puesto en mi mesita de noche, y daba mucho calorcito. Era preciosa.
De pronto empecé a escuchar voces al pie de la escalera, y al rato se abrió la puerta de la habitación, y entraron todas las chicas.
-Tía ¿por qué no has venido a clase?
-No me encontraba bien... -respondí, poniendo la cara de enferma más convincente de mi reparto.
-Vaya... creo que hoy hay sopa en el menú, te sentará bien. ¿Vamos a comer? -Comentó Layla, mientras dejaba la mochila junto a su cama.
-Sí, voy en seguida, cojo la varita y voy. -De pronto, todo el calorcito que se me había metido en el cuerpo después de la ducha y la flor, desapareció de golpe. Mi varita...

Salí corriendo sin dar ninguna explicación, y seguramente de la forma en la que no se movería un enfermo, pero tenía que saber...
Bajé las escaleras de tres en tres, y cuando por fin llegué al pasillo que conducía a las mazmorras, vi que la ventana que había cerrado tras caer por ella, estaba abierta. Tenía marcas de barro en los goznes. Y no había ni rastro de mi varita.

Me apoyé en el muro, recuperando el aliento. Seguro que la había encontrado. Seguro que había visto la marca de la pisada en el barro recién removido de las flores. Sabía que alguien le había estado mirando, y había sido tan idiota de perder la varita.
Regresé corriendo al Comedor, pues el criminal siempre volvía a la escena del crimen, y no quería que me vieran rondando por ahí. Vale, ahora sí estaba metida en un grave aprieto. Y sin Pablo, que siempre me ayudaba a salir de todos los marrones.

Miré hacia la mesa principal, pero el jardinero no estaba allí. Si lo que estaba haciendo era algo criminal, no daría la varita a ningún profesor, porque tendría que explicar por qué alguien estaría vigilándolo allí precisamente. Pero tampoco podía preguntar directamente en objetos perdidos, porque si lo había denunciado, o estaba vigilando, sabría que la varita era mía.

Tenía un nudazo en el estómago, y a penas era capaz de tragar las pocas cucharadas de sopa que me había servido en el plato.

Miré a mi alrededor, en busca de una cara amiga que me sacara de aquel aprieto. Y vi una sonrisa socarrona que le daba trocitos de carne al interior de su túnica.

12 oct 2011

Carlos

Después de aquel comienzo de mañana, Sara y yo bajamos hasta el comedor, sentandonos en sitios separados, pues ya estaba todo cubierto y apenas quedaban huecos.
me senté al lado de un par de alumnos de primero que cuchicheaban sobre las clases que iban a tener esa mañana. La charla desvió en una conversación sobre el profesor de defensa y como había dejado en evidencia a un alumno de primero el primer día.

Agarré un par de tostadas de la fuente principal y me acerque el bol con mermelada, dejándola bien repartida sobre el pan.
Al poco de haberme sentado sonó el reloj lo que indicaba el final del desayuno y que apenas tenía unos minutos para salir corriendo hacia la clase de Defensa contra las artes Oscuras.

La clase transcurrió con apenas incidentes. El profesor empezaba a enseñarnos los diferentes tipos de criaturas peligrosas y los hechizos que podemos usar para contrarrestarlas.
Aquel día estabamos dando el boggart, y el profesor había traido unas ilustraciones sobre distintas formas en las que los boggart podían tomar, y luego como actuaba el conjuro Ridiculo contra ellos.

Al salir de clase me dirigí por un pasillo secundario ya que me tocaba herbología en uno de los invernaderos secundarios y el pasillo que daba fuera estaría, sin duda ,abarrotado de gente.
Al doblar la esquina vi a la Profesora dulcinea, era la profesora de transformacion y la jefa de la casa de la marta, siempre la había considerado una profesora decente aunque un poco atontada, sin duda cumplia el perfil perfecto para ser la jefa de tal casa.
Hablaba a una chica que se hayaba con la cabeza gacha, con algunas cosas en sus brazos. La profesora se dió la vuelta y empezó a andar hacia uno de los pasillos que daba a la sala de profesores.
Al apartarse la profesora ví a la chica de la otra noche, a la que le había cambiado el pelo al inicio del curso, me había dicho que se llamaba lorena.
Esta marcho por uno de los pasillos, algo desconcertada como si no supiera donde ir.
Al atravesar el pasillo vi como Hector la seguía.
A los pocos metros el chico la adelanto parandola el seco, parecía que estaban diciendose algo pero me encontraba demasiado lejos para oirlo.
Me acerque despacio. Hector le quito mi capa y ella le golpeó en la espinilla para despues salir corriendo.
Hector empezó a gritar, oí que la llamaba "sangre sucia" y hizo el ademan de sacar la varita para hechizarla, ella seguía recto sin girar la cara.
Levanté la varita mas rápido que el y mis palabras fluyerón hasta la la varita, golpeandole en forma de rayo de luz.
-Petrificus totalus!-El se quedo quieto, paralizado mientras la palabras seguían hacia delante por el eco de la sala.-Nunca hay que atacar por la espalda, basura.
Lo cogí y lo encerré en una de las aulas que ya no se usaban y cerre la puerta apuntando al cerrejo con mi varita.
-Fermaportus-dije y en mi rostro se dibujo una sonrisa.
Salí hacia fuera, esperando no llegar demasiado tarde a mi clase de herbología.
Al salir me encontre a aquella chica apoyada en el arbol, llevaba una de las medias rotas, y se encontraba acurrucado debajo del arbol, empapada de agua.
Me acerqué hasta donde ella estaba, y apunte a su rodilla con la varita.
-Reparo!-la media se arregló sola, quedando como nueva.
-No deberias quedarte bajo el agua cogeras frío.-Saqué una bolsa que llevaba en la mochila y se la tendí, dejandola a su lado.-No tardes en entrar.
Antes de que pudiera decir nada me marché hacia el invernadero esperando que el hombre estuviera enfermo y la preciosa sustituta fuera indulgente.

Lorena

Después de escabullirme como pude de las preguntas insidiosas de mis compañeras de habitación e irme a desayunar en silencio, lo más apartada que pude de ellas, tocaba clase con el de pociones.
Era una clase que resultaba interesante la mayoría de los casos, e incluso fácil si las proporciones estaban puestas en la pizarra, pero cuando teníamos que calcularlas nosotros mismos, siempre acababa cansándome de emborronar un pergamino con cálculos y acababa echando los ingredientes a ojo. El profesor estaba harto de tener que limpiar una masa compacta como el cemento de mi caldero después de cada clase.

Un poco distraída, empecé a cortar lentamente las raíces de valeriana mientras meditaba lo ocurrido en la noche anterior y bostezaba sonoramente. Llevaba la capa de Carlos metida dentro de la mochila, pero todavía no sabía muy bien cómo abordarle para devolvérsela. Parecería bastante evidente si lo hacía en mitad del pasillo o en el Comedor, pero no sabía dónde estaba la sala común del Dragón, ni tenía intención de entrar para dársela, seríamos el hazmerreír.
Al final, cuando sonó la sirena que dictaba el final de la clase, decidí esperar a que terminara la hora de comer y esperarle fuera del comedor para llevarle a parte.

Recogí mi caldero, que sin saber muy bien por qué, volvía a tener aquella masa compacta en el fondo parecida al alquitrán. El profesor me dedicó una mirada de resignación que yo contrarresté con una sonrisa, también de resignación. El profe de pociones era muy exótico, y varias chicas de la Marta de cursos superiores estaban coladitas por él, y había escuchado muchas veces que le lanzaban indirectas pidiéndoles que les enseñaran a preparar un filtro de amor. Puaf, cuánto almíbar.

Por mi parte, Pablo me había estado comentando el día anterior que había recibido una carta de su abuela desde china. Gracias a su intervención, le habían dado una plaza de última hora de un colegio de magos de allí, y hoy mismo partía desde el pueblo, imaginé que en avión o algo así. Me enfadé con él ligeramente porque era el único amigo que tenía, y porque desde aquel momento me tocaría limpiar la lechucería a mí sola.
Hoy ya no había ido a clase, y mi banco en la clase de pociones había estado más vacío de lo habitual sin los apuntes desperdigados del chico.
Mis ojos se llenaron de lágrimas conforme iba yendo a la Clase de Defensa contra las Artes Oscuras a recibir el cubo y el cepillo para limpiar la lechucería.

De pronto, sentí como si hubiese pisado una trampa de estas hechas con una soga, porque me vi cabeza abajo cogida de un tobillo. Se me cayó la mochila de los brazos y la túnica me tapaba la cabeza, así que no podía ver quién me lo había hecho, pero escuchaba muchas risas a mi lado en el pasillo. Luego recordé las braguitas con el pastelito que decía "eat me" que me había puesto aquel día, y traté de subirme la falda para que no me las vieran.
-¡Bajadme, cabrones! -Grité, forcejeando conmigo misma, mientras sentía cómo me palpitaban las sienes al bajarme toda la sangre a la cabeza.
-Calla, sangre sucia -escuché que susurraba alguien cerca de mi oído- no deberías estar en este colegio.
-Bájame, gilipollas -escuché un tintineo en el suelo, y me di cuenta de que debía ser mi varita, que habría resbalado de uno de mis bolsillos.

De pronto escuché un grito al otro lado del pasillo, y la gente que reía a mi alrededor se fue corriendo. Me caí aparatosamente en el suelo, y mientras luchaba por liberar mi cabeza de la túnica, alguien me puso en pie.
-¿Estás bien? -Reconocí en la voz a la jefa de mi casa, Dulcinea. Como su propio nombre indicaba, era más dulce que un caramelo.
-Sí, sí, un poco mareada -repuse, mientras me colocaba bien la falda. De pronto me entró una vergüenza horrible. Hasta la jefa de mi casa me había visto las bragas.
-¿Quieres ir a la enfermería?
-No, no, es igual.
-¿Seguro?
-Sí... -me sacudí la ropa. Uno de mis calcetines tenía un agujero en la rodilla, a raíz del extraño aterrizaje. Me cagué en todo, era uno de mis calcetines favoritos. Después vi que me sangraba un poco.
-Será mejor que vayas. Estos chicos, siempre igual. De vez en cuando se vuelve a poner de moda ese hechizo y todos los alumnos acaban cabeza abajo -mientras hablaba, me tendió mi mochila y mi varita, que apresuré a ponerme detrás de la oreja- iré a hablar con el profesor de defensa, tú vete a la enfermería aunque sea a reponerte un poco.
-Gracias, profesora.

Se perdió de vista rápidamente, pero yo no pude evitar quedarme dándole vueltas a la cabeza. ¿Sangre sucia? ¿A qué venía aquello? ¿Tenía que ver con lo de ser hija de padres no mágicos? Tenía toda la pinta, por lo de "no deberías estar en este colegio". Desde luego, ahora en los colegios dejaban matricularse a babuinos sin cerebro.
No tenía muy claro por dónde estaba la enfermería, ya que nunca había ido, pero más o menos me orienté en seguida, y mientras caminaba, me asaltó un chico mayor, bastante guapo.
-Salvada por la profe, ¿eh?
-Eh... sí -murmuré, pasando por su lado. Él me cogió por el hombro.- ¿Qué?
-Esto sólo es el comienzo, -murmuró, pegando su cabeza a la mía y mirándome de forma amenazadora- te vas a cagar.
-¿Qué? -Tartamudeé. No entendía nada, debía de haber un error- ¿Por qué?
-Estamos hartos de la gentuza como tú... -de pronto, dejó de hablar y miró la abertura de mi mochila. Asomaba la capa y el escudo del dragón por ella, y antes de que pudiera hacer nada, estiró y la sacó- ¿De dónde has robado esto?
-No lo he robado, me lo prestaron -repuse, tratando de recuperarla, mientras él buscaba la etiqueta con el nombre. Antes de que pudiera verla, le pegué una patada en la espinilla y me hice con el control de la capa antes de salir corriendo. Sus improperios me siguieron todo el camino hasta que encontré la puerta principal y salí al jardín.

Jadeando, me apoyé en el tronco de un árbol y me dejé caer sobre el césped. Me temblaban las piernas. Sin comerlo ni beberlo, me habían hechizado y amenazado dos veces consecutivas en el mismo día. Y no tenía a Pablo para ayudarme a resolver mis interminables preguntas sobre el mundo de los magos, ni para consolarme, ni para ayudarme.
Me puse a llorar mientras me abrazaba las rodillas. Quería irme a casa.

10 oct 2011

Carlos

La mañana que precedió a aquella noche no fue lo que se puede decir por tranquila.
Al despertar se oían las voces de de los compañeros de habitaciones discutir entre ellos porque a uno le faltaba uno de los cromos de magos importantes que el otro había estado ojeando con bastante interés la noche anterior. Fuera, en el exterior, la lluvia, que había empezado a oir a las tantas de la madrugada había cogido fuerza, golpeando con más énfasis los cristales y amenazando con inundar todo el patio trasero del colegio.
Me levanté y eche una mirada a los dos alumnos, los cuales salieron de la habitación con prisa, sin parar de echarse miradas el uno al otro.
Cuando termine de desperezarme mire uno de los relojes que colgaban de la pared, lo había encantado para que me dijera el tiempo exacto que falta para las clases, dándome el tiempo que me quedaba para desayunar. Ahora marcaba 20 minutos.

Me apresuré en desvestirme y ponerme la túnica. Busqué a tientas la capa pero no la encontré. Una imagen paso fugazmente por mi mente. Le había dejado aquella capa a la marta y ahora no tenía con que abrigarme. Murmuré por lo bajo algunas maldiciones por no acordarme de recuperar la capa a tiempo.
Al girar la cabeza para buscar a Nagga, vi que su cola asomaba por debajo de la cama.
Con el tiempo tan frio Nagga no podía más que acurrucarse en un rincón mas o menos templado y aguantar las energías.

Bajé corriendo y un alumno de mi curso se planto delante de mí. Se llamaba Héctor, era un chico alto con el pelo negro y lacio que llevaba peinado como si su madre viniera todas las mañanas a arreglarlo antes de bajar al comedor. Llevaba unas gafas y solía tener bastante éxito con las chicas.. Lo mire de arriba abajo, analizándolo antes de lanzarle un conjuro que lo pegase a la pared.

-¿quieres algo?-dije con un voz gélida, casi siseante, me había levantado de mala gana y no era bueno molestarme.
-Vamos a levantar a todas las sangre sucia de primero por los tobillos y dejarlas colgando-Había un énfasis y una emoción en su voz, que casi parecían locura. Siempre había sido de estos a los que la sangre le importaba más que otra cosa. Lo mire de arriba abajo casi con desprecio.-Vamos, mira tus raíces, es un insulto que esa gente comparta nuestro colegio.
-Si creyeras en la importancia de la sangre limpia y de la estirpe…-dije, dejando una pausa para que las palabras llegaran y tuviera tiempo de pensar que iba a decir.-Ni se te ocurriría dirigirme la palabra pues tu estirpe no es nadie al lado de la mía.
Mis ojos se volvieron gélidos y fríos y le mire desafiante, como esperando que me contestara.
La respuesta le pilló por sorpresa, pero no se calló.
-Ya, todos saben que nunca has hecho justicia a tu apellido. Te dedicas a pavonearte por tu estirpe y seguro que no eres más que un amigo de los muggles. Incluso andas con esa chica rubia, Sarah. Todos sabemos que su madre trabaja en el ministerio, en el departamento contra la regulación del maltrato de muggles. Es una traidora a la sangre y parece que tu también-Sus ojos destilaban odio.
Saqué la varita y le apunte, apenas tuvo tiempo para hablar cuando un rayo salió disparado de mi varita y lo dejo colgando en la pared. Intento coger la varita pero le hice un gesto, previniéndole que sería peor.
-Ni se te ocurra hablar mal de ella, o te aseguro que me ocupare de que tu vida en el castillo sea un infierno-dije mientras me acercaba mas a él-Tu familia no es más que un montón de mierda, que cree mejor que otros magos por tener algún parentesco con familias antiguas y poderosas de verdad. No te atrevas a hablarme de estirpe y de sangre limpia a mí! A mí que mi sangre desciende desde los magos más antiguos de este país. Así que si se te ocurre hablarme de pureza de sangre te la sacaré toda del cuerpo para que contemples que tu sangre es tan sucia como tu alma.
Lo dejé bajar y me marché disgustado, entonces oí unas palabras y mi varita salió volando por los aires cayendo a unos metros.
-Nunca debes de darle la espalda a un adversario, estúpido-Sonrió el chico, mientras le apuntaba con la varita-¿Qué maleficio probaré?

-Atrévete-conteste desafiante.

Su boca se abrió para realizar el maleficio pero otra voz se superpuso a la de el.
-EXPELLIARMUS-Una voz femenina cruzó el pasillo y un rayo de luz golpeo la varita del otro dejándola en el suelo. Al otro lado del pasillo una chica, de melena rubia, mantenía la varita en ristre apuntando a Hector.-Corre o te haré volar por los aires.
El chico no se lo pensó dos veces. Salió corriendo del pasillo maldiciendo por lo bajo y recogiendo su varita por el camino.
Caminé hasta la varita y la recogí, dándole un par de golpecitos para limpiarla, esta soltó un par de chispas verdes.
-Gracias-conteste mientras guardaba la varita en el bolsillo.
-Gracias a ti-contesto ella, tenía lágrimas en los ojos-Gracias por defenderme.
No pude sostenerle la mirada, ella se acerco y me abrazó, olía a flores, era un olor primaveral, un olor que te inundaba por dentro, pero que se marchaba con la misma facilidad con la que había llegado.
-Casi es la hora de clase-contesté mientras le acariciaba la cabeza.
-si, vamos.-su voz sono melancolica mientras se daba la vuelta-
Caminamos en dirección hacia el comedor, apenas quedaban unos minutos para disfrutar del desayuno, pero una tostada era mejor que nada.

4 oct 2011

Lorena

El chico se internó hacia el bosque, y no dejé de arrastrarme por la crecida hierba, hasta que pude esconderme detrás de los troncos de los árboles, andando tan sigilosamente como podía. Tenía las piernas manchadas de barro hasta las pantorrillas, y me estaba quedando congelada bajo mi fino camisón, pero quería pillarle como fuera. Me las iba a pagar caras todas las putadas que me había estado haciendo desde el inicio del curso. Bueno, no habían sido tantas, pero es que el rubio me quedaba como a un santo dos pistolas.

El joven dragón miraba a un lado y a otro como si estuviera pendiente de que nadie le mirara. La serpiente se había internado dentro del bosque, y no parecía que se encontrara cerca.
Siguió andando despacio mirando por dónde iba, giraba la cabeza muy amenudo para cerciorarse que nadie mle seguía. Cuando nos habíamos internado bastante el bosque, y la copa de los árboles comenzaban a ser bastante espesas, sacó la varita y susurró lumos. Tuve que quedarme más atrás para que el rayo de luz no me alcanzara.

Si estaba tan intranquilo, era porque seguro que pensaba hacer algo terrible, así que no dudé ni un momento en no debía regresar al castillo, a pesar de que empezaban a castañearme los dientes. ¿Cuánto rato más iba a seguir andando?

Al cabo de unos pocos minutos el chico se detuvo en medio de un claro, estaba iluminado por la luna y en el centro se levantaban unos matorrales. Él se agachó y sacó una hoz grande y plateada del interior de la túnica. Inquieta, observé atentamente cómo arrancaba unas plantas con ella y las metía en un saquillo.
Alterné mi peso sobre una pierna y otra, escondida detrás del árbol y algo agachada. ¿Para qué querría esas plantas?

Algo se movió detrás del árbol, se oyó el ruido de una rama romperse, el chico pareció no darse cuenta de nada pues seguía arrancando aquellas flores.
Me agazapé rápidamente, por si se giraba, y empecé a asustarme cuando me di cuenta de que estaba en el bosque prohibido. Si estaba prohibido, sería por algo ¿no dijo el profesor de defensa contra las artes oscuras que había muchos animales peligrosos por aquí?

Volvió a oirse aquel ruido, y entre las hojas de los árboles empezaron a verse unos ojos amarillos, brillantes. Desde arriba descendieron una pequeñas criaturas, de cuatro brazos y piel negra como el carbón. Las reconocí de inmediato, porque Pablo había estado muy pesado con ellas y las cosas que se podría hacer con su veneno, se trataba de unas criaturitas llamadas Doxys que tenían un humor de perros, y más porque había estado moviendo el árbol donde estaba lo que parecía su nido.

Aterrorizada, eché mano de mi varita, pero me di cuenta de que había bajado sin ella. Cuando una de las doxys se precipitó contra mí, a punto de clavarme sus afilados dientes, grité y corrí hacia el claro donde se encontraba el chico. Vale, me había puesto al descubierto, pero eso era mejor que explicarle a la enfermera por qué tenía veneno de doxy en el organismo.

El chico alzó la cabeza de inmediato y casi como un destello levantó la varita apuntando hacia el grito. Las doxys volaron, en una alocada persecución contra mi persona, y a la voz del chico la acompañó un destello de luz
Reducto!-gritó y un rayo choco contra las doxys, parándolas en el aire.

Jadeando, solté la túnica del chico del Dragón, la cual había estado estrujando desde que me había parapetado detrás de él para protegerme de los bichitos.
-Qué susto -murmuré, avergonzada.
-¿Qué haces en el bosque prohibido en medio de la noche, nena? -Preguntó el dragón, mientras bajaba la varita y me miraba desde arriba, seguro que disfrutando de mi miedo.
-Mee... -pensé una excusa rápidamente, pero todo sonaba a eso, a excusa barata "me he perdido", "soy sonámbula", "he perdido a mi gato", "mi hipogrifo se ha comido mis deberes". Finalmente, me rendí a la evidencia- te estaba siguiendo -confesé.

Una de las comisuras de la boca de aquel chico tan desagradable se curvó en una sonrisa.
-Creí que me mentirías y entonces me tocaría sonsacártelo -respondió, mientras guardaba su varita en el bolsillo.
-No se me ha ocurrido ninguna mentira convincente -murmuré, mientras me separaba un poco más de él- pensé que estarías haciendo algo ilegal, podría delatarte y así darte un poco por saco. Por lo de mi pelo.
-Más o menos, -contestó el- meterme en el bosque prohibido ya es ilegal.
-¿Y qué estabas haciendo exactamente? Por no dejar el informe a mitad -dije, asomándome detrás de él, donde estaba cortando las plantas.
-Ingredientes para pociones -hizo una pausa, mientras se sacudía el barro de la túnica- ¿sabes que hay una pocion que hace que olvides la última hora de tu vida?

Di un paso hacia atrás, pero no inmuté mi cara, haciéndome la valiente.
-No puedes envenenarme.
-No es veneno, es un filtro, el filtro del olvido. -Guardó la hoz de plata en la bolsa y se dió la vuelta para volver hacia el castillo- Date prisa o te dejaré atrás, y los centauros no tienen muchos modales con los que no son del bosque.

Le seguí sin decir nada, dispuesta a no aceptar ni un apretón de manos de su parte.
-¿Qué hacía tu serpiente en mi sala común?
-¿Nagga estaba allí? -Parecía convincentemente sorprendido-Lleva varias noches saliendo y llegando tarde, no sabía donde se metía.
-Pues deberías atarla, podría comerse a mi gato -comenté, jadeando para poder ponerme a su paso. Finalmente, le cogí del brazo firmemente para poder frenarle un poco. Seguro que se pensaba que era una descarada por tocarle sin a penas conocernos, pero no quería quedarme atrás en el bosque.
-No puedes atar a una serpiente-el chico no parecio inmutarse, parecía que estaba acostumbrado que le cogieran del brazo Ahora que recordaba, había visto que se paseaba por el castillo de la misma manera con una chica muy guapa de su clase-Ademas no le gustan las cosas peludas, se atraganta con el pelo.
-Pero las serpientes comen ratones, y los ratones tienen pelo -reflexioné, mientras me estremecía por el frío de la noche.

El dragón se quitó la capa negra que llevaba sobre la túnica y la pasó cuidadosamente sobre mis hombros.
-Sí, pero hay ratones casi sin pelo, los de pelo largo no le gustan -apuntó, reanudando el paso.

Agradecí sinceramente el tacto calentito de la capa, mientras me arrebujaba dentro de ella. La verdad es que el chico era bastante caballeroso. Caminamos durante un rato, envueltos en un silencio un tanto incómodo. No entendía nada, ¿por qué siempre se metía conmigo, y luego me había salvado de los doxys y me había dejado su capa?
-¿Eres tan desagradable sólo por hacer la gracia delante de tus amigos?
-No, no tengo amigos -se sinceró él, con un deje de indiferencia en la voz- soy así, y como digas algo de lo de la capa, diré que me la robaste.

"Gilipollas", no pude evitar pensar.
-A mí no me parece que seas desagradable. Ahora estás siendo amable conmigo, y me has salvado de las doxys. -Siempre igual, siempre tenía que encarrilar a los casos perdidos mediante psicología amateur ¿qué me pasa con los maníacos?- Me llamo Lorena, por cierto.
-Mi nombre es Carlos -de pronto, se detuvo. Envuelta en la conversación y mis reflexiones sobre la psicopatía del chico, no me había dado cuenta de que estábamos frente a la escalinata de entrada al castillo-y sólo he sido amable hoy.
-Pues podrías ser amable siempre, me gustas más así. -Quizá había sido una frase un poco fuerte. Especialmente porque como realmente me gustaba, era lejos de mí. Pero si por lo menos podía conseguir que dejara de ser tan borde, habría servido de algo.
-Creo que no, pequeña marta, y ahora intenta que no te pillen hasta llegar a tu casa o te quitarán muchos puntos -dijo el chico mientras se marchaba por un pasillo.

Me quedé empanada viéndole marchar, hasta que me di cuenta de que tenía la capa con la que me había abrigado, todavía encima de los hombros. Porras, tendría que esconderla hasta que pudiera dársela en un sitio privado, no quería que nadie se pensara lo que no era.
Regresé rápidamente a mi habitación. Afortunadamente, se encontraba muy cerca de la entrada, por lo que sólo me encontré con el fantasma de un hombre vestido con bombachos, que meditaba profundamente. Tan profundamente que parecía dormido, a decir verdad.

Me lavé las piernas en el lavabo de nuestra habitación y luego me metí entre las sábanas, quedándome dormida casi al instante. A la mañana siguiente me despertaron los gritos emocionados de Lara, preguntando a quién le habían dejado una capa de un chico de la casa del Dragón llamado Carlos.
Mierda, la noche anterior había olvidado la capa sobre el lavabo del baño. Cojonudo, Lorena.

31 ago 2011

Carlos

Era martes por la noche, había estado esperando esta noche durante mucho tiempo.
Había plantado un especimen raro de planta n el bosque prohibido y esta era la noche que tenía que florecer. Era una flor de fuego y decían que su florecimiento era el mas bonito y el mas raro de todas las plantas habídas y por haber. Sus petalos ardian desde el tronco haciendo formas, las hadas solian rodear el nacimiento de estas plantas.
Solo había un problema, salir del castillo. Nagga, se había largado a cazar, hacía noches que salía a escondidas y luego volvia a primera hora de la mañana.
salí de la cama y baje a la sala comun de la casa. Estaba completamente vacía, el frío atenazaba los musculos y te dejaba rigido. me frote los brazos fuertemente para entrar en calor y salí por la puerta intentado hacer el menor ruido posible.
Baje las escaleras rapidamente y me metí por uno de los pasadizos que salían fuera. Al llegar a fuera ande por el cesped, con sigilo, intentando ocultarme en la sombra del castillo, para no ser visto. La luna iluminaba bastante bien.

Cuando fuí a entrar en el bosque un susurro a mi espalda me llamo la atencion, al girarme vi a nagga llegar serpenteando a mi lado.
-Ey, perqueña estas aqui-la serpiente subio hasta mi hombro y me siseo al oido, acariciandome con us lengua bifida.-ya veo...
Dejé que nagga bajara hasta una zona de cesped y la deje marchar, escondiendose entre los troncos y las hierbas mas altas. Yo me dí la vuelta y empecé a andar hacia el bosque, esperando que la chica me siguiera. No sabía que quería pero suponía que nada bueno

27 ago 2011

Lorena

El martes siguiente se me abrieron los ojos de golpe, en mitad de la noche. De pronto, no pude dormir más. Tenía el corazón desbocado ¿sería por el entrenamiento del sábado siguiente? No podía afirmarlo, pero tenía toda la pinta.
Me incorporé lentamente, en silencio, para no despertar a mis compañeras de habitación y me abracé las rodillas al rededor de la manta, que cada vez era más gruesa conforme iba haciendo frío. Me arrebujé bajo mi camisón rojo de tirantes. Se me erizó la piel de los brazos al contacto con el aire frío que entraba desde la chimenea apagada. Miré la luz de la luna que entraba por la ventana y suspiré. A veces tenía la sensación de que todo había sido un sueño, de que despertaría en mi cama, en mi habitación diminuta de mi casa en Valencia, con mis padres haciendo ruido y escuchando la radio en la cocina.

Sin embargo, allí estaba, con su mesilla repleta de pergaminos que caían por el suelo, llenos de letras ininteligibles de apuntes de Encantamientos, pues había un examen la semana siguiente.
Suspiré, sabiendo que no podría volver a dormirme, y decidí bajar a la sala común, donde, por la noche, el fuego de la chimenea siempre estaba encendido. Haciendo caso omiso de las zapatillas de ir por cama que había tiradas al lado de mi armario, cogí un cómic que me había enviado mi padre y bajé las escaleras una a una, casi a tientas. Cuando llegué a la planta baja me senté en un mullido diván y acomodé las piernas en el reposabrazos, dispuesta a leer las desventuras de las dos Nanas, que se habían mudado a vivir juntas pese a sus personalidades dispares. Desde que comencé a leer los cómics, había empezado a llevar la falda mucho más corta, y me ataba los calcetines con un liguero que se entreveía debajo de ella. Excepto cuando había Herbología.

De pronto escuché un siseo que me sobresaltó tanto que casi dejé caer el comic al suelo. Me giré, alarmada, pero no vi nada. Hasta que algo pasó arrastrándose por la puerta. Un cuerpo grande y cilíndrico, escamoso y amarillo. Casi grité, pero decidí esperar a que esa asquerosa cosa terminara de desaparecer, para seguirla a una distancia prudencial. Era la terrorífica serpiente del chico de la casa del Dragón, seguramente así había conseguido teñirle el pelo de nuevo. Enfadada, dejé el comic en la mesa y salí lentamente y en silencio. Medité durante unos instantes la posibilidad de subir a por los zapatos, pues el frío suelo de piedra del pasillo me iba a congelar los pies, pero podría perderla de vista, y entonces me quedaría sin aventurilla nocturna.

Decidida, comencé a recorrer pasillos en silencio, siempre siguiendo el extremo del cuerpo de la víbora. Por fin, salió al jardín, y no supe bien qué hacer, porque quedaría totalmente expuesta y me verían desde lejos. Sin embargo, estaba decidida a no dejar pasar la oportunidad de conocer secretos de este chico, porque, para empezar, estaba prohibido salir de las habitaciones por la noche.
Sonriendo malévolamente, me acosté boca abajo por el suelo y me arrastré poco a poco hacia adelante, ocultándome entre los matojos altos de la hierba que el jardinero todavía no se había dignado a podar.